The «Bury your gays lesbians» trope.
Afortunadamente el mundo y la sociedad como tal han empezado a avanzar en los último años. Poco a poco y sin la convicción necesaria en muchos casos, pero al menos no nos hemos quedado estancados y vamos evolucionando. Aunque siempre tengamos lastres y sigamos a años luz de las metas y objetivos que cualquier persona sensata catalogaría como los requisitos mínimos para los tiempos que corren. Mejor esto que ir para atrás.
La televisión y las grandes producciones audiovisuales siempre han sido, o al menos intentado serlo, un reflejo fiel del mundo, de nosotros, de la gente que día a día llenamos las calles y cualquier rincón de nuestro querido planeta. Por ello, y repito lo de afortunadamente, hace años, décadas quizás, que el dar representación y visibilidad a todos los colectivos, ya sean étnicos, raciales, de orientación sexual o de género, en cualquier formato de la industria, se han convertido en prioridad para creadores, guionistas, productores, directivos y demás. Todas las cadenas y plataformas han apostado -y lo siguen haciendo- por productos dedicados a la gran mayoría de colectivos y targets que se nos pueden ocurrir. Hace tiempo que hay series para todos y cada uno de los gustos, aunque también os digo una cosa, SOLO FALTARÍA. A ver si ahora vamos a tener que dar las gracias por sentirnos representados en algo al que cada día le dedicamos horas y dinero.
Pero este no es el debate que hoy nos atañe. Lo que quiero exponer en este artículo es que una de las patas de uno de los bancos más relevantes -el de la comunidad LGBTQ+- esta empezando a cojear. Y muchos ni se han dado cuenta. No soy de hacer divisiones ni de poner etiquetas a las cosas, pero en este sentido no sé explicarme de otra forma. Mientras que los gays viven un gran momento, que se lo digan a recientes éxitos como Smiley (Netflix), las lesbianas están hundiéndose por alguna razón que se nos escapa. Solo hay que navegar un poco por Twitter para darte cuenta de que hablamos de un tema que empieza a ser tendencia entre el público seriéfilo. Lejos, lejísimos, quedan esos tiempos en los que Orange is the New Black era uno de los grandes hits de Netflix; todos vivíamos enamorados de Clarke y Lexa (The 100) y de Root y Shaw (Person of Interest); y series como Orphan Black (BBC America), Wynonna Earp (SYFY) o Sense8 (Netflix) estaban en boca de todos. ¿Qué ha pasado este año?

A finales de julio, Prime Video hacía forma oficial la cancelación de The Wilds, poco más de dos meses después de su lanzamiento. No contentos con cargarse la serie, también se la acabaron limpiando. Recordamos que, tras una excelente primera temporada protagonizado por un grupo de chicas varadas en una misteriosa isla desierta, sus creadores tuvieron la excelente idea de introducir un grupo de chicos en su segunda entrega. Lo que pasó a partir de ahí, todos lo sabemos. Curiosamente, The Wilds es la única serie original de la plataforma que ha sido cancelada este año tras entrar en el TOP10 semanal de Nielsen, aunque solo lograra en su primera semana de disponibilidad. A League of Their Own (Ellas dan el golpe) continúa esperando conocer su futuro cuatro meses después de un lanzamiento convincente tanto en recepción como en números. El resto, desde sus últimos blockbusters como Reacher o The Terminal List hasta series de todo tipo de géneros como Outer Range, The Summer I Turned Pretty o Upload ya tienen la renovación de turno confirmada, o prácticamente cerrada como es el caso del drama de acción encabezado por Chris Pratt.
Pocas semanas después, First Kill (Mi primera muerte), uno de los nuevos dramas adolescentes de Netflix, y Paper Girls, la esperada adaptación de Prime Video de la novela gráfica publicada por la editorial americana Image Comics, también mordieron el polvo de forma prematura, ambas por falta de audiencia. Veníamos de las cancelaciones de Genera+ion (HBO Max), Gentleman Jack (HBO) o Legends of Tomorrow (CW) e íbamos hacía la de Fate: The Winx Saga, otra original de Netflix que acababa de presentar a un personaje abiertamente homosexual, Terra Harvey (Eliot Salt). Todo esto el mismo año en el que nos hemos despedido de Eve y Villanelle (Killing Eve) con ese final tan infame perpetrado por Laura Neal y compañía. A ver cuánto tarda Showtime en darle carpetazo a The L Word: Generation Q…

Y por último, Warrior Nun. Sinceramente, no logro entender qué más quería Netflix de ella. Hablamos de una serie que cuenta con una fiel y cada vez más amplia legión de seguidores, una valoración casi perfecta (99% y 100%) para su segunda temporada en Rotten Tomateos, página que nadie duda en tomar como referencia cuando interesa; una estrella emergente como es Alba Baptista al frente; y un elenco magnífico comprometido con el proyecto y la importancia de sus mensajes desde el primer día. Eso sin contar que no hay que ser un lince para darse uno cuenta de que su presupuesto aka coste no debe ser precisamente muy alto. Obviamente hablo del coste de su producción porque ya hemos visto que en promocionarla se han gastado 0 euros. Y pese a ello ha logrado estar tres semanas en el TOP10 semanal de Netflix con un pico de 26.2 millones de minutos reproducidos, unos 4.5 millones de espectadores. Que sí, que las suyas son unas cifras bajas, todos los sabemos, pero también son mejores que las de Heartstopper, Heartbreak High o Young Royals, otras series protagonizadas por personajes LGBTQ+ que han logrado renovar sin problema alguno.
¿De verdad que había una fórmula para darle aunque fuera un pequeño cierre digno y satisfactorio? No sé, ¿para no dejar colgados a TUS CLIENTES que han invertido horas de su vida en verla y disfrutarla? Warrior Nun ni es propiedad ni está co-producida con un estudio ajeno, no tiene ni un gran set ni grandes decorados a montar, no tiene un alto coste en CGI u otros efectos, no tiene un reparto caro… si es que una temporada de debe valer lo mismo que un capítulo de Stranger Things…

Que Netflix cancele una serie nueva con mala audiencia lo puedo llegar a entender perfectamente. Hablamos de una empresa, no de una ONG, y todos sabemos que su modelo de desarrollo se basa en producir una temporada inicial en vez de un piloto y a partir de ahí valorar su efecto. Si eso me parece genial. Lo que no comprendo, y lo digo tanto por las monjas como por todas esas series que han sufrido el mismo castigo, es esta moda creciente -en todos lados- de dejar las cosas sin terminar tras dos, tres o las que sean temporadas en emisión. ¿Os acordáis de los tiempos en los que la CW renovaba todas sus series porque tenía un acuerdo de distribución con Netflix y no querían añadir a su catálogo series que no estuvieran terminadas? No hará ni diez años… ¿Estamos de acuerdo en que si Dickinson hubiera sido de Netflix no hubiera durado más de una temporada?
Dicen que los tiempos de crisis suelen ser sinónimo de nuevas oportunidades. Pues bien, igual, IGUAL, ahora que estamos sumergidos en una época de recortes y estrategias para ahorrar y así recuperar el dineral gastado durante el boom del streaming, también sería un buen momento para empezar a reconsiderar ciertas estrategias y fórmulas de lanzamiento. Si no estamos dispuestos a contemplar la representación de ciertos colectivos como una inversión, igual habría que empezar a tratarlas como lo que la gran mayoría de estas series son, producciones que, además de contener un mensaje relevante que mucha gente quiere vivir y escuchar, merecen las mismas oportunidades que cualquiera de sus compañeras de catálogo. Lo que no puedes hacer es quedarte de brazos cruzados como si el tema no fuera contigo. Insisto en ella. Una vez más. Y lo hago porque Warrior Nun es el ejemplo más claro y evidente de un sistema fallido y anticuado. O buscas la fórmula para darle salida o trabajas para que pueda integrarse en tus requisitos. Dejar morir una serie como si el tema no fuera contigo empieza a ser inaceptable.
Al final, el mensaje que nos llega es el mismo de siempre; valoramos y creemos firmemente en que la televisión tiene que representar, dar voz y visibilidad, a todos los colectivos. ¿La realidad? Cada día un poquito más clara: valoramos y creemos firmemente en que la televisión tiene que representar, dar voz y visibilidad, a todos los colectivos, siempre que sigamos ganando dinero con ello. Sin beneficios no nos interesa. Aunque nunca lo admitiremos. Eso sí, tranquilos que en junio volveremos a teñir a nuestra marca con el arco iris, no vaya a ser que nos llamen homófobos….
Un artículo de Chris Patterson para lovingseries.